sábado, 8 de abril de 2023

ENTRE AURORA Y EVA / Cuento corto de José Ignacio Restrepo


YO, MI PRIMERA MEDALLA
por José Ignacio Restrepo

Heliodoro dejó las dos botellas de leche bajo la puerta de la señora Raquel, y agradeció por séptima vez quizá, que el tiempo estuviera seco, y no hubiera lluvia mientras llevaba a cabo su labor. Era una forma de oración retardada, ese agradecimiento suyo corto y sin palabras, que siendo él un sujeto de emociones contenidas tenía mucho valor. En todo caso, él aceptaba lo que viniera; tendía a amoldarse sobre la marcha y devolver valor sobre esfuerzo a su destino. Cuando llegó a la esquina, a la casa de la abuela de Armando, encontró un aviso funerario en el cual se leía que la Señora Aurora Mayagüez había descansado en la paz del Señor. Sus exequias se llevarían a efecto el día de hoy a las cuatro de la tarde, en el Cementerio Central Jardín de Cedros. 

Heliodoro se sentó en el quicio y contempló un solo aspecto del pasado compartido con la difunta. Le traía la leche pero no entraba a verla. De cuenta de Amando, compañero suyo en el Liceo, sabía que había estado enferma desde hacía algún tiempo y éso a él lo colocaba ciertamente en una contradicción. Es decir, lo había estimulado a brindarle algo de compañía pues era un joven cristiano, pero al mismo tiempo lo había empujado a no ir siquiera por allá, pues en el fondo sabía que a esa edad era difícil que doña Aurora venciera la enfermedad y se librara de la muerte. Su interrogante había quedado sin respuesta, por lo menos sin la respuesta de doña Aurora, que se había llevado sus pensamientos a la tumba.

Comenzó a pedalear el carrito lechero de regreso a la bodega. Debía surtirlo nuevamente para completar el recorrido por el sur del barrio. Llevaba ya ocho meses trabajando con La Vaquita y gracias a su labor, la empresa había mejorado sus ventas en este vecindario y él tenía un estado físico envidiable. Llevar el carro lechero cargado aquel largo recorrido, diariamente, subiendo las pequeñas colinas  y bajándolas sin quemar los cauchos del freno, había convertido sus piernas y su pecho en fuelles fuertes y dispuestos a cualquier esfuerzo. Su cuerpo era ya el de un verdadero atleta y estaba pensando seriamente en poner su potencial al servicio de una carrera deportiva profesional.

Esa preocupación había empezado cuando Eva, una de las auditoras de la empresa, se había quedado mirándolo de esa manera que tienen las mujeres, largo y yendo  de abajo hacia arriba la última vez que llevó su papelería a la oficina. Al salir, ella le había dicho en un tono provocativo, que ya no parecía el que había llegado pidiendo trabajo unos meses antes. Él pensó inicialmente que era un reproche de su parte, y le devolvió un "cómo así" algo destemplado. Eva, le sonrió, y mejoró su comentario socarronamente hasta sacar de él una sonrisa. Una sonrisa que se sostuvo hasta que se despidió de ella con un cuídate mucho Eva, con tono de "nos hablamos" y ojos de promesa. Larga, como esas que fresquean toda la calle soleada.

Las cosas que tiene la vida. Estuvo a punto de no tomar el trabajo pues sospechaba que su estado físico no era suficiente para aquella actividad exigente y diaria de arrastrar el carro lechero, que adentro llevaba además palos de queso y derivados lácteos. Y a fe que en los primeros días estuvo muy cansado y con los músculos quebrados. Sin embargo su madre le hacía un desayuno como para "parar a un muerto" y le preparaba también una lonchera que le recordaba sus días de colegio, con un almuerzo delicioso que solo tenía que calentar en la Salsamentaria de don Orestes, quien le prestaba el horno microonda de los empleados.

En resumen, había ganado casi doce kilos de peso que estaban distribuidos en sus dos piernas, sus brazos, sus nalgas, su vientre  y su espalda. Se llama en el ámbito deportivo "Dotación de Apolo" a aquel incremento que será difícil perder después de haber ganado, y lo había averiguado en una página de Internet que consultó precisamente para saber más sobre el desarrollo muscular. Su potencial era muy bueno, si comparaba sus condiciones anteriores con las actuales teniendo en cuenta el tiempo y las horas de práctica. Todas esas variables las estuvo considerando pues él no se iba a quedar trabajando en ésto si podía percibir un mayor lucro solo por ejercitarse. 

Pensó en ir al entierro de doña Aurora pero luego rechazó a idea. Habría mucha gente y eso no le gustaba. Mejor llevaría flores a su  tumba y le daría las gracias por ayudarle a recapacitar. Esa era una charla que le debía después de las cosas que ella le confesó la última vez que hablaron. 

Cuando comenzó la época de lluvias Heliodoro ya no trabajaba con La Vaquita. Había un nuevo empleado, y a decir verdad, le estaba yendo miserablemente con aquella labor. La gente lo miraba al subir la colina tratando de llegar a las casas más alejadas e inmediatamente recordaban la soltura y gracia que tenía Heliodoro al pedalear. Pero, él ya estaba midiendo sus capacidades en otro lugar lejos de su barrio y de las personas que lo conocían. Diariamente pasaba diez horas entrenando en el gimnasio bajo la tutela de Gaspar Recasenz, un preparador  de plusmarquistas, a quien Eva le había recomendado cuando empezaron a salir. Como él era bueno con los pedales y grácil a la hora de correr, pensaron que debía buscar ser fuerte en la piscina para poder competir en los próximos Ironman nacionales. Heliodoro se había convertido en su propio sueño. Ya no buscaba excusas para no hacer las cosas, solo maneras para llegar a la meta. Su madre lo miraba siempre para bendecirlo, pero ahora solo quería estar en la tribuna y verlo llegar, romper esa cinta, que dice "llegaste hombre de hierro, Triunfaste una vez más".

La tumba de doña Aurora está siempre llena de flores. Aquel día que ya casi no recuerda, Heliodoro le había preguntado como había hecho ella para llegar tan lejos, con tanta gente que critica y tanta gente que hace mal a los otros. Y la vieja le había contestado: No te fijes en lo que hacen los demás y menos si lo hacen en contra tuya. Haz bien las cosas...corre más que ellos...Se merece todas las flores, cada una de ellas...

JOSÉ IGNACIO RESTREPO
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viernes, 21 de octubre de 2016

HASTA QUEDAR A LA PAR / Cuento corto de José Ignacio Restrepo


EL COBRO
por 
José Ignacio Restrepo


Era la partida, se acababa de nuevo la estación; lo sabía por ese cambio abrupto de la brisa que perdía su calor trinitario y se convertía en frío viento. Ahora mismo bajaba desde las colinas como un cazador nigromante entrando sin pedir permiso en la cocina y enfriando toda la casa. Llegan los días sin nombre, los días de ordenar recuerdos frente a la chimenea, voces solitarias que nos dicen nombres de playas y que recitan canciones sobre viajes y sobre epopeyas de mar con milagros de espuma, que ningún practicante de surf podría contar sin haberlas vivido. Me asomo un poco y veo las hojas secas y rojizas danzar. Son la promesa cumplida de que ha llegado el frío y que reinará por tres meses o más...

Me levanto del viejo catre y este suena como dándome las gracias por finalmente dejar al mimbre estirarse. Pongo el agua en el mechero para hacerme una taza de café y luego vacío el cenicero, que está lleno con las colillas de tres días seguidos. Recuerdo que he deseado dejar de fumar y que cada cigarrillo que termino lleva uncida esa pregunta, por el cuándo será que tendré el brío suficiente para abandonar a este amigo, como a tantos otros que he dejado antes a la vera del camino.

Me sirvo el café que está hirviendo y promete con su aroma alimentar cuerpo y espíritu. Pienso en lo que me falta por hacer. Correr la tela del techo no será lo más difícil pero reparar las hojas de pino y luego sellarlas me va a tomar el resto del día. Mi esperanza es que no lleguen pronto las lluvias infelices que en otros lugares están causando tanta tristeza y destrucción.

Cambio climático le dicen. Yo creo que somos unos malditos depredadores, y hacemos tan mal uso de lo que nos fue otorgado que ahora de todas partes llega la queja. Como en esas haciendas mal administradas donde el más pequeño de los sirvientes termina cobrándose con justa razón, los pecados del amo y la falta de afecto con los que le han servido bien. 

Toma las herramientas mientras continua con sus cavilaciones. Al salir al techo por el cielo raso de la cocina, ve las negras nubes que empiezan a acampar al oeste e involuntariamente se persigna para pedir tiempo, pues el trabajo debe quedar listo hoy mismo. Hoy empieza el invierno, hoy llegan Eloísa y la niña, y la casa debe estar completamente reparada pues de eso depende que ellas se sientan bien, y no volver a quedar como un vago, otra vez como el canalla de la película que promete pero no cumple.

Las gotas de sudor bajan por su espalda y mojan camisa y pantalón. Él tiene fe en que antes del anochecer podrá terminar ésto, colocar otra vez las tejas y arreglar todo aquí abajo. Hay un gran desorden producto del trabajo.

Un relámpago avisa que no lejos la tormenta ya ha comenzado, y sin dudarlo esta vez, piensa que el cielo tiene cosas que decir, mucha tierra moviéndose, muchos troncos partidos...demasiados pájaros espantados buscando una luz en el cielo mientras huyen del agua...dónde vendrán ellas, a qué hora habrán comenzado esta jornada...

El motor de una moto se escucha a lo lejos, por el camino que lleva de la casa a la ensenada. Termina de barrer y se pone la camisa para recibir a quien sea. Sin embargo adivina quien es desde acá por el color del vehículo. No entiende a qué vendrá Ramón. Puede que venga a pedirle un favor, algún dinero o una herramienta.

Ramón apaga su motocicleta, la asegura y después se apea. Se quita el casco protector y luego se pasa un pañuelo color mora por el rostro. Se dijera que tiene un rictus de fatiga superior al que podría causar el viaje. Habrá sufrido una caída.

- Hola Ramón, qué te trae por la casa, hace tiempo que no venías...

El joven lo miró. Tenía mugre en los ojos, y lagrimeaban. Parecía no querer hablar, pero la pregunta era perentoria y exigía una respuesta, así fuera simple o corta de su parte.

- No son buenas noticias, Raúl, lo siento mucho.

Tuvo la conciencia infame de que la vida le estaba cobrando todas las deudas contraídas de una sola vez, y que ahora nunca estaría a paz y salvo. Su alma comenzó a resquebrajarse, mientras oraba a Dios para que le dejara la niña, pero Ramón cumplió con darle la mala nueva por completo. Un derrumbe las había tapado ayer antes de llegar al pueblo. Ambas murieron casi sin darse cuenta.

Dos días después de la visita de Ramón, la almádana aún resonaba en el lugar. La casa que había sido remozada para recibirlas estaba ahora sin techo, con los muros en el suelo destruidos y todo el lugar tenía un aire de guerra. Raúl se marchaba...y no quería dejar atrás nada que recordara su triste pena.

A dónde iría luego, por dios. En su interior solo quedaba fuego...

JOSÉ IGNACIO RESTREPO
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lunes, 19 de septiembre de 2016

TIENE MOCOS EL NIÑO EN LA CARA BARBADA / Un cuento de José Ignacio Restrepo


TIENE GRACIA
por
José Ignacio Restrepo


Mira hacia el pasillo. A la derecha no hay nadie y a la izquierda solo hay cuadros colgados, casi como si estuvieran vigilando que nadie toque nada, que nadie ponga las manos ensuciando con sudores de la calle todo lo que está guardado en este santo recinto, poblado por siglos con lo mejor del arte y la belleza.

Ella piensa de repente que no debió venir, que de esta soledad anquilosada, de este sitio insidiosamente silencioso no podrá salir con sus fichas mejor acomodadas, con un horizonte mejor que la deje recuperar tanto tiempo perdido, ya visible en su cara en la que ahora acicala el maquillaje. Y es verdad. Sin embargo, aunque no sea el sitio, ni la hora, ha tomado una decisión y eso nada tiene que ver con el sucio sopor, que vulgarmente surge a la hora de la siesta. Es esa cara de él, sin afeitar casi siempre, que parece algo vulgar, taimadamente hermosa, masculinamente pura al peor estilo, de algún modo violenta, vivaz por lo llena de gestos...misteriosa, por dejar que se presuma lo que no dice pues pocas veces explica a los demás qué es aquello que piensa. Es esa cara...

Piensa o se hable a si misma sobre Leopoldo, que no es Leo sino Cáncer, y posee todos esos contradictorios atributos que son llanamente dañinos como la sal de mesa. Tiene la palabra presta para medir lo que los otros hacen y por éso aquellos que nacieron en una familia muy reglada, con las normas pegadas a la frente y el castigo prometido para sus actos auto indulgentes, parecen verse atraídos a el de una manera automática, y no pueden abstenerse de hacer parte de lo suyo, como satélites de su fuerte figura.

Yo soy una de esas personas. También su secretaria y Bertha, que le hace el aseo a su casa. Compartimos esa rara condición de sentirnos inhibidas ante su sola presencia. Mucho más cuando las exaltaciones de su ánimo producen en el entorno esa certidumbre de tormenta. Pienso incluso que apuramos mal el agua solamente con sentir el timbre de la puerta, pensando que anuncia siempre su llegada inesperada, como si un riesgo oculto emergiera con solo tenerlo poblando el pensamiento.

Ah! Este maldito museo parece lleno de voces fantasmales, y se nutren de las mías, que son ociosas desde la época del colegio y no logran callarse, ni marchitarse. Por éso parecen cosas vivas, más fuertes que yo y dotadas de mejores ideales. Sin embargo, nada de lo que digan podrá cambiar lo que he venido a hacer pues la causa y el efecto han nacido y deben morir en el mismo sitio. Hoy. Aquí.

Mira la brillante herramienta que duerme en su bolso. Ni siquiera ante el profuso silencio elabora nuevamente lo que ha venido a hacer pues no precisa de una justificación inesperada para cambiar el sentido del instante que se avecina, ahora, en la siguiente hora. Cierra el bolso y ve los moretones de su pierna.  Sabe que a cada movimiento alguien en un cuarto la observa sin pausa ni miramiento...y esa es parte de su pobre estrategia en caso de que algo no salga bien.

Tiene gracia, se dice en voz baja...Tener que hacer una cosa de éstas ante los ojos más famosos de la historia, que sin embargo no pueden verla, ni entenderla, ni intentar contrariarla. Seguramente, ella no buscaría impedir nada de nada. Tiene gracia, si.

Leopoldo aparece por el pasillo con su paso decidido y su cara recia sin mostrar ninguna pena por llegar a la cita con más de media hora de retraso. No tiene idea que viene a pagar todas las malas salidas, las palabras turbulentas, los golpes en medio del amor...los empujones que la hacían caer como si fuera ella la que se pusiera zancadilla. Ignora que en su tarjeta se ha terminado el espacio de los descargos y una voz inaudible grita en el oído de su amor, es todo, dale de su misma medicina...

No hace nada cuando ve que ella saca del bolso una brillante pistola pues le parece una idiotez que ella pueda siquiera imaginar en dispararle. Ella no sabe disparar. Está seguro de éso. Cuando el primer tiro entra por su pómulo derecho su cara se contrae un poco, pero no lo suficiente como para pensar que algo malo pasa.

Y menos al llegar los guardias, Valeria se ha sentado nuevamente donde hace un rato aguardaba...y mira tranquilamente aquella pintura famosa, esos ojos extraños, que parecen mirarla sin poder ver nada de su propio cuadro...

JOSÉ IGNACIO RESTREPO
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viernes, 19 de febrero de 2016

Y SEGUIR CON LOS CANTOS.../ Un texto corto de José Ignacio Restrepo

UNA TONADA DE ARRANQUE


Y cantarle al dolor con letra y melodía sin autor, una tonada propia que suene sin embargo tan añeja como sangre sobre punta de lanza, como trampa que guarda ya el sustento de unos hijos que simplemente aguardan a que el padre recolector vaya y extraiga, sin gritos, sin más sangre que la exclusivamente necesaria, ese ratón de desierto, ese perro de monte, ese cerdo que vagaba solitario cuando perdió la batalla...Que no sea una culebra de cabeza doble, un erizo orinado por su miedo o un gato que huía de un humano; eso no puede comerse ni con hambre, eso hay que devolvérselo al desierto mientras volvemos otra vez a persignarnos, esta vez con la mano cambiada para dar noticia nueva a la sorda suerte que nos hiere...

Cantarle al dolor una tonada de arranque mientras nos despedimos de amigos y enemigos, en ese bar a donde vamos a contar las cosas que nos pasan a diario...o esas que nos pasaron hace tiempo pero siguen llegando a visitar nuestro presente incipiente. Pedir a los demás que nos acompañen y que, duro con sus voces sigan nuestra rima y nuestro tono, que es muy necesario establecer ese lazo ponderado con todo lo que agrede el deseo por lo bueno y por lo justo...

Se ha vuelto ya manía para el dueño del tiempo y lo demás, castigarnos a todos por lo que hicieron mal padres y abuelos, y aquellos con los que no había lazos de sangre, que se fueron de aquí sin cantarse una copla para que supiera el dolor que no es el dueño...Que somos nosotros los imbatibles, los tiernos herederos de esta pingüe victoria adolorida que clama entre risas y entre llantos, por haber llegado tarde y a escondidas a vivir con nosotros y los otros, sin que el miedo nos llene y nos habite...

Cantar al dolor, suave, entre los dientes. Silbar cuando no lleguen con su letra a la boca esos nuevos y perdidos versos libres. Por todo lo perdido, por lo no llegado, por lo pagado a plazos y nunca reclamado...por permanecer, por ansiar, por no poder ordeñar cada segundo de este tiempo que parece una operación a pecho abierto...

JOSÉ IGNACIO RESTREPO Copyright ©